Al repasar las décadas de desarrollo de la industria del silicón orgánico, se puede considerar una historia de superación, desde la dependencia tecnológica hasta el control autónomo. En los primeros años, la tecnología central del silicón orgánico estaba monopolizada por unos pocos países desarrollados. Las empresas nacionales no solo tenían que adquirir materias primas monoméricas a precios elevados, sino que también enfrentaban bloqueos tecnológicos. En ese entonces, los productos nacionales de silicón se concentraban principalmente en el segmento medio y bajo, mientras que los adhesivos de alta gama y los materiales de silicón electrónico dependían casi en su totalidad de importaciones, limitando seriamente los márgenes de beneficio.

El punto de inflexión llegó después del milenio, cuando las empresas nacionales aumentaron significativamente la inversión en I+D y lograron superar tecnologías clave como la síntesis de monómeros de clorosilano metílico, rompiendo el monopolio extranjero.
Especialmente en la última década, con el auge de las industrias emergentes como la energía nueva y los semiconductores electrónicos, las empresas nacionales de silicón han iterado rápidamente sus productos, pasando de materiales industriales comunes a productos electrónicos de alta pureza y de funcionalidades especiales.
Hoy en día, la capacidad de producción de monómeros de silicón de China representa más del 60 % del total mundial, satisfaciendo la demanda interna y exportando a mercados en Europa, América y el Sudeste Asiático.
En áreas como adhesivos para sellado fotovoltaico y materiales térmicamente conductores para vehículos eléctricos, China ha alcanzado el liderazgo global, completando la transformación de “seguidor” a “líder” en la industria.