El mercado global de interfaces cerebro-computadora (BCI) avanza a una velocidad vertiginosa con una tasa de crecimiento del 25,22 %. En el ámbito médico, el potencial de cientos de miles de millones está al alcance. Cuando los pacientes paralizados vuelven a caminar gracias a las BCI, pocos imaginan que el interruptor vital de los equipos chinos está en manos extranjeras.

En las operaciones de Parkinson, la escasez de silicón importado ha puesto en jaque los procedimientos. De cada tres dispositivos BCI en el mundo, dos contienen componentes chinos, pero el material clave —el silicón— está monopolizado por empresas extranjeras. Han subido los precios un 300 %, y a nosotros solo nos queda soportarlo. ¿Es este un callejón sin salida?

En medio de la crisis, un laboratorio en Shanghái ha dado un golpe sobre la mesa: un nuevo silicón de grado implantable ha funcionado de forma estable durante 730 días en el cerebro de un mono —200 días más que las versiones importadas. Mientras en el extranjero se aferran a la pureza, China ha roto el bloqueo con estructuras biomiméticas.

Como dice el viejo refrán: en la crisis, hay oportunidad. Esta tecnología nacional de silicón implantable a largo plazo no solo impulsará un mercado local de reemplazo valorado en miles de millones, sino que también podría reconfigurar la cadena de suministro global. Esta silenciosa revolución de materiales es el punto clave para que China tome la delantera y supere a sus competidores en la curva.